La lluvia golpea el techo del albergue en Camp Altiplano, un proyecto de restauración de ecosistemas de cinco hectáreas situado en las llanuras altas de Murcia, en el sureste de España. Un grupo de voluntarios empapados de barro se reúne alrededor de la estufa, extendiendo sus manos enrojecidas por el frío. Acaban de regresar de una tarde plantando plántulas de roble, enebro y pino. Con el cielo cubierto de nubes, las duchas alimentadas por energía solar están fuera de servicio, pero el clima húmedo de marzo es motivo de celebración, explica Silvia Quarta, coordinadora del campamento.
«Es la primera lluvia que vemos desde noviembre», dice. Cada gota es valiosa: no solo nutrirá los árboles recién plantados, sino que la mayor cantidad posible será recolectada y almacenada para su uso durante los próximos meses secos de finales de primavera y verano.
